Maio/1968
Publico a seguir um elucidativo artigo do filósofo catalão – sem chauvinismos, mais exato que dizer espanhol – Francisco Fernández Buey sobre os acontecimentos de maio de 1968, um dos temas do momento e sobre o qual, quanto mais se escreve e comemora, menos se busca compreender. Os processos humanos são curiosos: com as celebrações de 68 em curso, comemoramos como se fosse para esquecer e escoimar uma lembrança incômoda. Quanto mais festejamos menos sabemos o que comemoramos. A festa pela festa. Tenho somente uma pequena discordância com o artigo de Buey: ele me parece querer marcar peremptoriamente uma linha firme, bem marcada, entre o que chama de “individualismo contemporâneo”, associado ao consumo de massas, e o programa emancipacionista gestado pela nova esquerda. Para mim, os pontos do contacto entre o individualismo emergente da nova esquerda e a sociedade de consumo, despercebidos à primeira vista, são, da perspectiva de 2008, flagrantes. Sequer chego a falar uma novidade: de alguma maneira, esta era a mensagem escrita na garrafa, jogada ao mar, de “Dialética do Esclarecimento”, escrito por Horkheimer e Adorno nos Estados Unidos, nos idos da segunda guerra mundial, em maio do longínquo ano de 1944.
Um comentário final: nunca publiquei no blog artigos de outras pessoas, nem sei bem por quê. Foi acontecendo. Começar com um artigo da qualidade do de Buey é começar fazendo gol de letra. Relativamente desconhecido no Brasil, Buey vem da escola de teoria política marxista de Manuel Sacristán, por sua vez legatário do mais antigo Sebastiano Timpanaro. Timpanaro e Sacristán foram dois grandes intelectuais históricos marxistas do século XX, já mortos, de obra fecunda (nada provinciana). Os três (Timpanaro, Sacristán e Buey), exemplos políticos e morais inatacáveis, para além de pequenas diferenças teóricas ou mesmo táticas. (Jaldes Reis de Meneses).
Tres pistas para intentar entender mayo del 68
Veinte años no serán nada, como dice la canción, pero cuarenta parecen una eternidad. Pienso eso leyendo los artículos conmemorativos del mayo francés del 68 que se están publicando en los suplementos de los periódicos de mayor circulación, todos, o casi todos, dominados de tal manera por el presentismo que lo que ocurrió entonces queda como perdido en una intensa niebla.
1. La primera pista la dio Guy Debord. En 1988, cuando se cumplían veinte años de los hechos de mayo, escribió en sus Comentarios sobre la Sociedad del Espectáculo algo que podríamos tomar como punto de partida:
La primera intención de la dominación espectacular era hacer desaparecer el conocimiento histórico en general, empezando por casi todas las informaciones y todos los comentarios razonables sobre el más reciente pasado. Una evidencia tan flagrante no necesita ser explicada. El espectáculo organiza con maestría la ignorancia de lo que ocurre e, inmediatamente después, el olvido de aquella parte de los acontecimientos que pudo ser conocida. Lo más importante es lo más ocultado. En estos últimos veinte años no hay nada que haya sido cubierto por más mentiras inducidas que la historia de mayo de 1968. Ciertas lecciones útiles podrían sacarse de algunos estudios desmitificadores sobre aquellas jornadas y sobre sus orígenes, pero eso es un secreto de Estado.
Estas palabras de Guy Debord pueden parecer una exageración. Y tal vez lo sea. Pero son también una de esas exageraciones candidatas a la verdad: en lo que hace a mayo del 68, lo más importante es lo más ocultado. Pues la derecha política de entonces redujo la interpretación de los hechos a un gran complot anarco-marxista, a una gran conspiración (que quedaría desmontada en las primeras elecciones que siguieron a las grandes movilizaciones); el gaullismo, que salió fortalecido de ellas, vio en los acontecimientos una “crisis de civilización” a la que había que hacer frente precisamente reforzando “nuestra civilización”; los restos de los grupúsculos marxistas de entonces interpretaron los hechos como una crisis internacional del capitalismo tardío que, a pesar de la derrota de mayo, se seguiría pudriendo; y los nuevos camaleones fueron adaptando su interpretación de los hechos a lo que vino después: principio del fin de las ideologías, gran fiesta lúdico-juvenil, anuncio del individualismo contemporáneo, fin del psicodrama de la era revolucionaria, revuelta reformista, insurrección democrática que anunciaba el retorno a los principios de la gran revolución francesa, origen de los nuevos movimientos sociales, etc., etc.
“Todo mentiras”, decía Debord. Se puede decir con una expresión menos drástica: medias verdades que se corresponden bien con lo que luego, en los años que siguieron, hemos sido los unos y los otros o, más directamente, con las trivialidades de base que los mandamases del mundo que de ahí salió y los letratenientes a ellos vinculados quieren que sepan las nuevas generaciones. No estoy hablando de conspiración del silencio, ni siquiera de tergiversación conscientemente construida. Al contrario. Pienso que, en este caso, cuanto más se habla y más se escribe más domina el espectáculo y más nos alejamos todos de lo que realmente fue aquello. Así que no voy a pretender aquí contar la verdadera verdad del mayo del 68. Sólo pretendo contar brevemente mi versión de los hechos con palabras que se acerquen, eso sí, a las palabras que se pronunciaban entonces, la mayor parte de las cuales se han hecho impronunciables, y tal vez incomprensibles, en los tiempos que corren ahora.
2. Segunda pista. Mayo-junio del 68 no fue la gran fiesta lúdica, como se viene diciendo casi siempre, sino el gran susto. O aún mejor: una gran protesta estudiantil que se acabó convirtiendo en un gran susto para la gran mayoría. Lo que empezó como un memorial de quejas en las universidades (en Estrasburgo, en Caen, en Nanterre) se convirtió enseguida en un movimiento de protesta social generalizado en las barricadas de París, y, a partir del momento en que se multiplicaron las ocupaciones de fábricas y las huelgas obreras, en un ensayo general revolucionario que asustó a la mayoría de la sociedad francesa del momento.
De ahí el gran susto: se asustaron los burgueses que vieron peligrar sus propiedades; se asustaron los pequeños burgueses que vieron peligrar sus privilegios y los de sus hijos (Chabrol enseña); se asustó De Gaulle que tuvo que echar mano del ejército; se asustó el partido socialista que creía pasada la época de las revoluciones; se asustó el partido comunista, que aún hablaba de revolución en general pero no de esa; se asustaron los sindicatos que se vieron rebasados por la espontaneidad de los consejistas en las ocupaciones de fábricas y criticados por los estudiantes por su inconsecuencia; y se asustó una parte de los intelectuales y profesionales que vieron con buenos ojos el arranque de los acontecimientos y todavía se solidarizaron con el movimiento en el momento de la represión, pero que no pudieron aguantar la acusación de ser unos mandarines al servicio del sistema, una acusación cada vez más repetida por los comités de obreros y estudiantes.
Del gran susto salió el viaje de De Gaulle a los cuarteles. Del viaje de De Gaulle a los cuartes salió la gran reacción de junio en París: una grandísima manifestación de todas las fuerzas de la conservación el 30 de mayo. El 13 de junio De Gaulle decretó la disolución de las organizaciones trotskistas y maoistas, así como la del Movimiento 22 de Marzo, en virtud de una ley del Frente Popular establecida en su momento contra ligas paramilitares de extrema derecha. Los responsables de la O.A.S. exiliados regresaron a Francia. Y de la gran reacción de junio salió la victoria de la derecha en las elecciones (de una derecha que, conviene no olvidarlo, entonces estaba a favor del orden y del Estado, pero también del “estado de bienestar”, de las reformas sociales y culturales, de una reforma progresiva de la universidad y hasta, en algunos casos, de la “contracultura bien entendida”).
Los estudiantes rebeldes se despidieron que con una frase que se hizo célebre: “Es sólo el comienzo. La lucha continúa”. Pero ¿fue realmente aquel mayo un comienzo o fue más bien el final de una época? En agosto de 1968, las tropas del Pacto de Varsovia aplastaron la rebelión de Praga, que fue percibida como más de lo mismo en el otro lado del mundo de la guerra fría, y la mayor parte de los rebeldes y revolucionarios de Francia (y de Europa) que habían puesto casi todas las esperanzas en la revolución autogestionada y autogestionaria se quedaron sin modelos y casi sin amigos. Asesinados Lumumba (el símbolo de la revolución africana) y Guevara (el símbolo de la revolución latinoamericana), sólo quedaba Vietnam. Y no es casual que Vietnam haya sido, a partir de 1968, el único símbolo positivo que ha unido en la calle a todos los restos del sesentayochismo.
Ese es el origen de la otra gran depresión del siglo XX, de la depresión subjetiva, por así decirlo, de la gran depresión de la izquierda rebelde y revolucionaria. Lo que vino después es lo que suele venir después en estos casos: “revoluciones pasivas” o contrarrevoluciones que se presentan a sí mismas pomposamente como “revoluciones culturales” o “revoluciones de la vida cotidiana”, que recuerdan vagamente, por las palabras que se pronuncian, lo que quisieron quienes perdieron, pero que por lo general consisten en la integración por el sistema de todo aquello que puede ser integrado sin que cambie lo esencial, o sea, la propiedad del dinero, la propiedad del poder, la propiedad de los medios de producción, el mando en plaza.
De la gran depresión producida por la derrota del 68, y no de las ideas que se expresaron en mayo del 68, salió lo que luego se ha llamado individualismo contemporáneo. Una de las grandes manipulaciones mediáticas de los últimos treinta años ha consistido precisamente en convencer a las gentes que ya no vivieron aquello de que el individualismo contemporáneo es hijo del mayo del 68. Nada más lejos de la verdad. El individualismo contemporáneo es hijo de los que vencieron a los estudiantes y obreros rebeldes del 68. O tal vez el hijo pródigo del matrimonio de éstos con quienes, habiendo perdido, se resignaron para acomodarse a la derrota.
3. Tercera pista. Muchas veces se ha dicho y se ha escrito en los últimos tiempos que los movimientos sociales nuevos, críticos y alternativos, tuvieron su origen en el mayo francés del 68. Pero también esto es inexacto. Y conviene precisarlo.
No hay duda de que 1968 representó el momento culminante de uno de los movimientos sociales más activos e interesantes de la segunda mitad del siglo XX, el movimiento estudiantil o universitario, que, por supuesto, no se redujo a los acontecimientos de Francia y que produjo manifestaciones importantes en los cuatro puntos cardinales: en Berkeley y en Milán, en México y en Barcelona y Madrid, en Berlín y en Tokio, en Londres y en Praga y en Varsovia.
Hay dos rasgos o características que aparecen reiterativamente y con mucha fuerza en todos (o casi todos) los movimientos estudiantiles de entonces, y que, efectivamente, heredarían los movimientos sociales posteriores. Me refiero al antiautoritarismo y al antiimperialismo. Antiautoritarismo no sólo en el sentido de la crítica de la autoridad de la familia, del Estado, de las iglesias y del mandarinato existente en la universidad, sino también como autonomía radical respecto de todos los partidos políticos del arco parlamentario. Y antiimperialismo entendido como oposición a los dos modelos socioeconómicos cristalizados durante la guerra fría. En líneas generales estos rasgos pasarían, ya en los años setenta, a la crítica feminista del patriarcado, a la crítica ecologista de la sociedad industrial y productivista y a la crítica pacifista de la estrategia militar del terror.
Pero si por movimientos sociales nuevos entendemos lo que por entonces empezó a llamarse “nuevo feminismo”, o ecologismo o pacifismo, hay que decir enseguida que el mayo francés del 68 tuvo muy poco que ver con eso. Basta para probarlo con ver los documentos escritos y orales que han quedado de las asambleas de Nanterre y la Sorbonne: ahí hay muy poco feminismo, casi nada de ecologismo y, desde luego, nada de pacifismo.
Sintomáticamente no hay ni una sola mujer entre los líderes destacados del movimiento y las grabaciones que han quedado (cintas magnetofónicas y cinematográficas) muestran que a las mujeres apenas se las dejaba tomar la palabra en los comités. Es verdad que se citaba Reich y se hablaba de sexualidad liberada, pero mayormente para varones. El primer cartel publicitario détournée, que muestra a una mujer acariciándose los pechos mientras de su boca sale el gemido orgasmático ( “Ahhhhhh!!! La Internacional Situacionista”), no era precisamente una representación del gusto del nuevo feminismo...
Las alusiones a los hyppies y a los beatknis que hay, por ejemplo, en los textos situacionistas de entonces son todas despreciativas o paródicas. Y el lenguaje y el tono de la mayoría de las intervenciones en las asambleas y en los comités de ocupación, así como el de la mayoría de los panfletos escritos, era más bien “guerrero”, crítico del militarismo, sí (particularmente cuando se hablaba de la intervención norteamericana en Vietnam), pero también exaltador de la violencia revolucionaria, ya fuera en términos leninistas, guevaristas, consejistas, maoístas o para recordar las virtudes de Durruti, de los combatientes del Vietcong o del general Giap.
Los orígenes del feminismo, del ecologismo y del nuevo pacifismo que cuajarían como movimientos en las dos décadas siguientes no están ahí. Hay que buscarlos en otros sitios: en las universidades norteamericanas, en las manifestaciones británicas contra la guerra (organizadas por el Comité Russell, entre otros), en los discursos de Martin Luther King y en la Universidad Libre de Berlín.
Para no alargar más este punto y concluir con la tercera pista pondré aquí un sólo ejemplo. El eslogan más célebre y más veces repetido del mayo francés fue: “La imaginación al poder”. Todo el mundo lo ha oído repetir muchas veces como símbolo de lo que allí se cocía. Repetida cientos de veces por los grandes medios de comunicación, esa frase se trivializó hasta el punto de que, fuera ya de su contexto, parece sugerir una de estas dos cosas: hyppis y provos, protesta lúdica, ecologista y pacifista. Así sonaba ya años después de que fuera escrita por primera vez. Y sin embargo lo que quiso decir con ella quien la escribió no tiene nada que ver con pacifismo, protesta lúdica y medio-ambientalismo. Voy a restituir su sentido original (las cursivas son mías) para que se pueda comparar. Esa frase cerraba una breve pero contundente declaración de principios en la entrada principal de la Sorbona de París, asediada por la policía. La declaración decía así:
Queremos que la revolución que comienza liquide no sólo la sociedad capitalista sino también la sociedad industrial. La sociedad de consumo morirá de muerte violenta. La sociedad de la alienación desaparecerá de la historia. Estamos inventando un mundo nuevo original. La imaginación al poder.
No es extraño que unos años después Guy Debord dijera que había para morirse de risa, al constatar lo que la “sociedad del espectáculo” había conseguido hacer con esa y otras muchas frases célebres del movimiento del 68.
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Francisco Fernández Buey é professor da Universidade Pompeu Fabra, em Barcelona, e autor, entre outros, de Utopías e ilusiones naturales (Barcelona: El viejo topo, 2007).
Um comentário final: nunca publiquei no blog artigos de outras pessoas, nem sei bem por quê. Foi acontecendo. Começar com um artigo da qualidade do de Buey é começar fazendo gol de letra. Relativamente desconhecido no Brasil, Buey vem da escola de teoria política marxista de Manuel Sacristán, por sua vez legatário do mais antigo Sebastiano Timpanaro. Timpanaro e Sacristán foram dois grandes intelectuais históricos marxistas do século XX, já mortos, de obra fecunda (nada provinciana). Os três (Timpanaro, Sacristán e Buey), exemplos políticos e morais inatacáveis, para além de pequenas diferenças teóricas ou mesmo táticas. (Jaldes Reis de Meneses).
Tres pistas para intentar entender mayo del 68
Veinte años no serán nada, como dice la canción, pero cuarenta parecen una eternidad. Pienso eso leyendo los artículos conmemorativos del mayo francés del 68 que se están publicando en los suplementos de los periódicos de mayor circulación, todos, o casi todos, dominados de tal manera por el presentismo que lo que ocurrió entonces queda como perdido en una intensa niebla.
1. La primera pista la dio Guy Debord. En 1988, cuando se cumplían veinte años de los hechos de mayo, escribió en sus Comentarios sobre la Sociedad del Espectáculo algo que podríamos tomar como punto de partida:
La primera intención de la dominación espectacular era hacer desaparecer el conocimiento histórico en general, empezando por casi todas las informaciones y todos los comentarios razonables sobre el más reciente pasado. Una evidencia tan flagrante no necesita ser explicada. El espectáculo organiza con maestría la ignorancia de lo que ocurre e, inmediatamente después, el olvido de aquella parte de los acontecimientos que pudo ser conocida. Lo más importante es lo más ocultado. En estos últimos veinte años no hay nada que haya sido cubierto por más mentiras inducidas que la historia de mayo de 1968. Ciertas lecciones útiles podrían sacarse de algunos estudios desmitificadores sobre aquellas jornadas y sobre sus orígenes, pero eso es un secreto de Estado.
Estas palabras de Guy Debord pueden parecer una exageración. Y tal vez lo sea. Pero son también una de esas exageraciones candidatas a la verdad: en lo que hace a mayo del 68, lo más importante es lo más ocultado. Pues la derecha política de entonces redujo la interpretación de los hechos a un gran complot anarco-marxista, a una gran conspiración (que quedaría desmontada en las primeras elecciones que siguieron a las grandes movilizaciones); el gaullismo, que salió fortalecido de ellas, vio en los acontecimientos una “crisis de civilización” a la que había que hacer frente precisamente reforzando “nuestra civilización”; los restos de los grupúsculos marxistas de entonces interpretaron los hechos como una crisis internacional del capitalismo tardío que, a pesar de la derrota de mayo, se seguiría pudriendo; y los nuevos camaleones fueron adaptando su interpretación de los hechos a lo que vino después: principio del fin de las ideologías, gran fiesta lúdico-juvenil, anuncio del individualismo contemporáneo, fin del psicodrama de la era revolucionaria, revuelta reformista, insurrección democrática que anunciaba el retorno a los principios de la gran revolución francesa, origen de los nuevos movimientos sociales, etc., etc.
“Todo mentiras”, decía Debord. Se puede decir con una expresión menos drástica: medias verdades que se corresponden bien con lo que luego, en los años que siguieron, hemos sido los unos y los otros o, más directamente, con las trivialidades de base que los mandamases del mundo que de ahí salió y los letratenientes a ellos vinculados quieren que sepan las nuevas generaciones. No estoy hablando de conspiración del silencio, ni siquiera de tergiversación conscientemente construida. Al contrario. Pienso que, en este caso, cuanto más se habla y más se escribe más domina el espectáculo y más nos alejamos todos de lo que realmente fue aquello. Así que no voy a pretender aquí contar la verdadera verdad del mayo del 68. Sólo pretendo contar brevemente mi versión de los hechos con palabras que se acerquen, eso sí, a las palabras que se pronunciaban entonces, la mayor parte de las cuales se han hecho impronunciables, y tal vez incomprensibles, en los tiempos que corren ahora.
2. Segunda pista. Mayo-junio del 68 no fue la gran fiesta lúdica, como se viene diciendo casi siempre, sino el gran susto. O aún mejor: una gran protesta estudiantil que se acabó convirtiendo en un gran susto para la gran mayoría. Lo que empezó como un memorial de quejas en las universidades (en Estrasburgo, en Caen, en Nanterre) se convirtió enseguida en un movimiento de protesta social generalizado en las barricadas de París, y, a partir del momento en que se multiplicaron las ocupaciones de fábricas y las huelgas obreras, en un ensayo general revolucionario que asustó a la mayoría de la sociedad francesa del momento.
De ahí el gran susto: se asustaron los burgueses que vieron peligrar sus propiedades; se asustaron los pequeños burgueses que vieron peligrar sus privilegios y los de sus hijos (Chabrol enseña); se asustó De Gaulle que tuvo que echar mano del ejército; se asustó el partido socialista que creía pasada la época de las revoluciones; se asustó el partido comunista, que aún hablaba de revolución en general pero no de esa; se asustaron los sindicatos que se vieron rebasados por la espontaneidad de los consejistas en las ocupaciones de fábricas y criticados por los estudiantes por su inconsecuencia; y se asustó una parte de los intelectuales y profesionales que vieron con buenos ojos el arranque de los acontecimientos y todavía se solidarizaron con el movimiento en el momento de la represión, pero que no pudieron aguantar la acusación de ser unos mandarines al servicio del sistema, una acusación cada vez más repetida por los comités de obreros y estudiantes.
Del gran susto salió el viaje de De Gaulle a los cuarteles. Del viaje de De Gaulle a los cuartes salió la gran reacción de junio en París: una grandísima manifestación de todas las fuerzas de la conservación el 30 de mayo. El 13 de junio De Gaulle decretó la disolución de las organizaciones trotskistas y maoistas, así como la del Movimiento 22 de Marzo, en virtud de una ley del Frente Popular establecida en su momento contra ligas paramilitares de extrema derecha. Los responsables de la O.A.S. exiliados regresaron a Francia. Y de la gran reacción de junio salió la victoria de la derecha en las elecciones (de una derecha que, conviene no olvidarlo, entonces estaba a favor del orden y del Estado, pero también del “estado de bienestar”, de las reformas sociales y culturales, de una reforma progresiva de la universidad y hasta, en algunos casos, de la “contracultura bien entendida”).
Los estudiantes rebeldes se despidieron que con una frase que se hizo célebre: “Es sólo el comienzo. La lucha continúa”. Pero ¿fue realmente aquel mayo un comienzo o fue más bien el final de una época? En agosto de 1968, las tropas del Pacto de Varsovia aplastaron la rebelión de Praga, que fue percibida como más de lo mismo en el otro lado del mundo de la guerra fría, y la mayor parte de los rebeldes y revolucionarios de Francia (y de Europa) que habían puesto casi todas las esperanzas en la revolución autogestionada y autogestionaria se quedaron sin modelos y casi sin amigos. Asesinados Lumumba (el símbolo de la revolución africana) y Guevara (el símbolo de la revolución latinoamericana), sólo quedaba Vietnam. Y no es casual que Vietnam haya sido, a partir de 1968, el único símbolo positivo que ha unido en la calle a todos los restos del sesentayochismo.
Ese es el origen de la otra gran depresión del siglo XX, de la depresión subjetiva, por así decirlo, de la gran depresión de la izquierda rebelde y revolucionaria. Lo que vino después es lo que suele venir después en estos casos: “revoluciones pasivas” o contrarrevoluciones que se presentan a sí mismas pomposamente como “revoluciones culturales” o “revoluciones de la vida cotidiana”, que recuerdan vagamente, por las palabras que se pronuncian, lo que quisieron quienes perdieron, pero que por lo general consisten en la integración por el sistema de todo aquello que puede ser integrado sin que cambie lo esencial, o sea, la propiedad del dinero, la propiedad del poder, la propiedad de los medios de producción, el mando en plaza.
De la gran depresión producida por la derrota del 68, y no de las ideas que se expresaron en mayo del 68, salió lo que luego se ha llamado individualismo contemporáneo. Una de las grandes manipulaciones mediáticas de los últimos treinta años ha consistido precisamente en convencer a las gentes que ya no vivieron aquello de que el individualismo contemporáneo es hijo del mayo del 68. Nada más lejos de la verdad. El individualismo contemporáneo es hijo de los que vencieron a los estudiantes y obreros rebeldes del 68. O tal vez el hijo pródigo del matrimonio de éstos con quienes, habiendo perdido, se resignaron para acomodarse a la derrota.
3. Tercera pista. Muchas veces se ha dicho y se ha escrito en los últimos tiempos que los movimientos sociales nuevos, críticos y alternativos, tuvieron su origen en el mayo francés del 68. Pero también esto es inexacto. Y conviene precisarlo.
No hay duda de que 1968 representó el momento culminante de uno de los movimientos sociales más activos e interesantes de la segunda mitad del siglo XX, el movimiento estudiantil o universitario, que, por supuesto, no se redujo a los acontecimientos de Francia y que produjo manifestaciones importantes en los cuatro puntos cardinales: en Berkeley y en Milán, en México y en Barcelona y Madrid, en Berlín y en Tokio, en Londres y en Praga y en Varsovia.
Hay dos rasgos o características que aparecen reiterativamente y con mucha fuerza en todos (o casi todos) los movimientos estudiantiles de entonces, y que, efectivamente, heredarían los movimientos sociales posteriores. Me refiero al antiautoritarismo y al antiimperialismo. Antiautoritarismo no sólo en el sentido de la crítica de la autoridad de la familia, del Estado, de las iglesias y del mandarinato existente en la universidad, sino también como autonomía radical respecto de todos los partidos políticos del arco parlamentario. Y antiimperialismo entendido como oposición a los dos modelos socioeconómicos cristalizados durante la guerra fría. En líneas generales estos rasgos pasarían, ya en los años setenta, a la crítica feminista del patriarcado, a la crítica ecologista de la sociedad industrial y productivista y a la crítica pacifista de la estrategia militar del terror.
Pero si por movimientos sociales nuevos entendemos lo que por entonces empezó a llamarse “nuevo feminismo”, o ecologismo o pacifismo, hay que decir enseguida que el mayo francés del 68 tuvo muy poco que ver con eso. Basta para probarlo con ver los documentos escritos y orales que han quedado de las asambleas de Nanterre y la Sorbonne: ahí hay muy poco feminismo, casi nada de ecologismo y, desde luego, nada de pacifismo.
Sintomáticamente no hay ni una sola mujer entre los líderes destacados del movimiento y las grabaciones que han quedado (cintas magnetofónicas y cinematográficas) muestran que a las mujeres apenas se las dejaba tomar la palabra en los comités. Es verdad que se citaba Reich y se hablaba de sexualidad liberada, pero mayormente para varones. El primer cartel publicitario détournée, que muestra a una mujer acariciándose los pechos mientras de su boca sale el gemido orgasmático ( “Ahhhhhh!!! La Internacional Situacionista”), no era precisamente una representación del gusto del nuevo feminismo...
Las alusiones a los hyppies y a los beatknis que hay, por ejemplo, en los textos situacionistas de entonces son todas despreciativas o paródicas. Y el lenguaje y el tono de la mayoría de las intervenciones en las asambleas y en los comités de ocupación, así como el de la mayoría de los panfletos escritos, era más bien “guerrero”, crítico del militarismo, sí (particularmente cuando se hablaba de la intervención norteamericana en Vietnam), pero también exaltador de la violencia revolucionaria, ya fuera en términos leninistas, guevaristas, consejistas, maoístas o para recordar las virtudes de Durruti, de los combatientes del Vietcong o del general Giap.
Los orígenes del feminismo, del ecologismo y del nuevo pacifismo que cuajarían como movimientos en las dos décadas siguientes no están ahí. Hay que buscarlos en otros sitios: en las universidades norteamericanas, en las manifestaciones británicas contra la guerra (organizadas por el Comité Russell, entre otros), en los discursos de Martin Luther King y en la Universidad Libre de Berlín.
Para no alargar más este punto y concluir con la tercera pista pondré aquí un sólo ejemplo. El eslogan más célebre y más veces repetido del mayo francés fue: “La imaginación al poder”. Todo el mundo lo ha oído repetir muchas veces como símbolo de lo que allí se cocía. Repetida cientos de veces por los grandes medios de comunicación, esa frase se trivializó hasta el punto de que, fuera ya de su contexto, parece sugerir una de estas dos cosas: hyppis y provos, protesta lúdica, ecologista y pacifista. Así sonaba ya años después de que fuera escrita por primera vez. Y sin embargo lo que quiso decir con ella quien la escribió no tiene nada que ver con pacifismo, protesta lúdica y medio-ambientalismo. Voy a restituir su sentido original (las cursivas son mías) para que se pueda comparar. Esa frase cerraba una breve pero contundente declaración de principios en la entrada principal de la Sorbona de París, asediada por la policía. La declaración decía así:
Queremos que la revolución que comienza liquide no sólo la sociedad capitalista sino también la sociedad industrial. La sociedad de consumo morirá de muerte violenta. La sociedad de la alienación desaparecerá de la historia. Estamos inventando un mundo nuevo original. La imaginación al poder.
No es extraño que unos años después Guy Debord dijera que había para morirse de risa, al constatar lo que la “sociedad del espectáculo” había conseguido hacer con esa y otras muchas frases célebres del movimiento del 68.
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Francisco Fernández Buey é professor da Universidade Pompeu Fabra, em Barcelona, e autor, entre outros, de Utopías e ilusiones naturales (Barcelona: El viejo topo, 2007).
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